Todas las empresas del mundo, pequeñas y grandes, formales e informales, domésticas e internacionales, cuentan con activos que no son fácilmente perceptibles, mucho menos cuantificables o medibles. Hablamos de los activos intangibles, tales como obligaciones contractuales, listas de clientes, aspectos innovadores dentro de la empresa, patentes y otros tipos de elementos que representan propiedad intelectual (Domínguez y Pérez, 2014).
El capital intelectual se reconoce como el activo más importante que poseen muchas de las empresas más grandes y poderosas del mundo; para dichas empresas, el capital intelectual es la clave de su dominio del mercado y de su rentabilidad continua. A menudo es el objetivo preponderante en las fusiones y adquisiciones y, cada vez más, las empresas informadas se están valiendo de licencias para transferir estos activos a jurisdicciones en que los impuestos son bajos (King, 2003).
Existen cuatro conceptos principales relativos al valor, a saber, el valor estimado por el propietario, el valor de mercado, el valor razonable y el valor fiscal. A menudo, el valor estimado por el propietario determina el precio en los acuerdos negociados y suele equivaler a la idea que tiene el propietario del valor que pierde al no disponer de la propiedad. El valor de mercado es la idea de que una propiedad determinada alcanzará un precio parecido al de una propiedad comparable que ha sido tasada en cierto precio. En su esencia, el concepto del valor razonable representa el deseo de ambas partes de ser equitativas. En este concepto se reconoce que la transacción no se realiza en el mercado libre y que el vendedor y el comprador están vinculados jurídicamente. El valor fiscal es objeto de la jurisprudencia en todo el mundo desde el cambio de siglo y constituye una práctica esotérica. Existen cuasiconceptos de valor que inciden en cada uno de estos ámbitos, a saber, el valor de inversión, el valor de liquidación y el valor del fondo de comercio (King, 2003).